Un artículo de David Guerrero González publicado en El Contemporáneo
Desde hace algún tiempo nos hemos
acostumbrado a pedir la regeneración política en nuestra Patria, cosa
que hacemos de forma autómata y sin profundizar en las
verdaderas causas de la degradación que sufrimos ni en sus posibles
soluciones.
Para empezar hay que decir que
proponer una regeneración política sin proponer antes una regeneración
del tejido social español es harto complicado, pues estimo que,
al menos, proponer una sin fomentar la otra es un sin sentido.
Asistimos desde hace décadas a un
proceso degenerativo de la cultura española, y como consecuencia, de las
apetencias culturales de los españoles. Echamos en falta
la voz de intelectuales que no solo escriban y conferencien, sino
que realmente den un paso al frente y marquen nuevas líneas de
pensamiento que envuelvan al pueblo en el deseo de un mañana
mejor. Muchos pensaréis que soy un catastrofista en este sentido,
pero basta observar como se han convertido en “best sellers” las obras
de una tal Belén Esteban o un tal Jorge Javier
Vázquez.
En el aspecto social la cosa no mejora
mucho, más bien al contrario. Después de años de destrucción de
nuestros valores observamos con tristeza como nuestro pueblo
ha asimilado una forma de vida que dista mucho de ser digna, aunque
nos creamos felices por estar hipotecados de por vida y esclavizados por
el capitalismo.
En el tema moral ya es para morirse,
nunca mejor dicho. Vivimos y padecemos una sociedad que ha aceptado
mayoritariamente el exterminio del ser humano más débil e
indefenso: el niño concebido pero no nacido. Es este, junto a la
defensa de la familia, un tema que para muchos debe ser subordinado al
bienestar económico, pero nada más lejos de la realidad. Si
el principal derecho del ser humano, que es el derecho a vivir, es
pisoteado, ¿Cómo podemos pensar en defender la dignidad humana en otras
vertientes?
Y por último el sector económico, en
el que hemos comprobado con tristeza como se ha desmantelado tanto el
sector primario como el tejido industrial bajo los
mandatos de la Europa de los mercaderes y bajo la cobardía y el
servilismo interesado de los gobiernos que en nuestro país se han
alternado en el poder. Todo ello para hacernos dependientes de
intereses foráneos sin importar nuestra miseria.
Es doloroso comprobar como, a pesar
del daño sufrido, las encuestas siguen proclamando una mayoría
sociológicamente entregada a esos conceptos decimonónicos y
trasnochados de “izquierdas” y “derechas”, ilusoria división que
solo interesa a los que quieren seguir viviendo a costa del desastre.
Pese a todo lo anteriormente expuesto
no podemos caer en el hastío o en la pasividad. Debemos ser, o al menos
intentarlo, llamas que alumbren en la oscuridad y
brújulas que indiquen el camino en esta travesía del desierto. No
basta quejarse, hay que actuar, y hay que actuar cada uno en su
trinchera, en su ámbito más cercano, proclamando y defendiendo
los valores que hicieron grande a España y promoviendo la cultura
del encuentro y la solidaridad frente al poder que esclaviza. Si
empezamos por esto, estaremos dando la primeros pasos en el
sentido correcto para que, como consecuencia lógica, la política
halle su verdadero sentido de servir al bien común.
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